Toque de Diana | El claro mensaje de la Torre de David

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| FOTO: Hirsaid Gómez.
| FOTO: Hirsaid Gómez.

«Éramos muchos y parió la abuela». Ese fue el refrán que escuché en una esquina de Caracas donde esperaba con otros vecinos a que se consolidara la idea de que por ahora ya no habría una réplica del temblor.

La gente se asustó mucho ayer con el movimiento sísmico y de inmediato lo comenzó a vincular con el extraño y calamitoso devenir de los acontecimientos de toda naturaleza que tenemos en el país. La idea de que todas vienen juntas. De que nos cayó una pava eterna que ahora se entremezcla con la desaprobación de la Madre Tierra. Y de nuevo esa sensación de que la naturaleza tiene la última palabra y antes de actuar arroja advertencias. Es propio, no solo de los venezolanos, sino del ser humano en general cuando se ve avasallado por situaciones que escapan de su control.

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Afortunadamente ayer no hubo mayores consecuencias que lamentar. Ese sismo que se sentimos todos a las 5:31 minutos de la tarde durante unos 20 segundos y cuyo epicentro se registró a 5 kilómetros al este de la población de Yaguanaparo, en el municipio Cajigal del estado Sucre, con una magnitud, según Funvisis, de 6,9, no logró darnos mayor preocupación que la que tuvimos en el momento. Sin embargo, solo pensar que pudiera ocurrir de nuevo mantiene a muchos preocupados e, incluso, con el foco más allá de la reconversión monetaria, que hasta ayer pensábamos que era lo peor que nos podía pasar.

¿A qué me refiero? Pues, solo como un detalle, el ministro de Interior, Justicia y Paz, Néstor Reverol, informó ayer que el Centro Financiero Confinanzas, conocido como la Torre David, «presentó una inclinación de 25 % en los últimos cinco pisos».

Como si no fuera suficiente con tener que remover las atelarañadas matemáticas que tenemos en la cabeza tratando de entender nuestras finanzas, los precios de las cosas y el riesgo real de quedarnos sin trabajo, tener que despedir a buena parte de nuestros empleados, o relajarme porque lo que viene es bono parejo, precios acordados, tres meses de sueldo garantizado ¿y después?… Después viene diciembre y el Gobierno lanzará algún «dakazo» y ya en enero se verá. Como si no fuera suficiente con todo eso y más, pues ahora también tenemos que evadir la idea de que los últimos cinco pisos de la Torre de David se puedan desplomar.

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Como lo ha hecho el país durante los últimos años, a decir verdad, porque la Torre de Confinanzas hoy no es más que una lírica negra de lo que nos ha pasado a todos en Venezuela. En esa torre se pasea el fantasma de nuestra historia más reciente en un sube y baja por las escaleras o por el precipicio desde la promesa descollante del poder del capital hasta otra promesa, la de la distribución equitativa de las riquezas del Estado, según el Socialismo del siglo 21.

En 1990 David Brillenbourg, presidente de Confinanzas, levantó ese rascacielos de más de 40 pisos que en su azotea tenía como aureola nada más y nada menos que un helipuerto. Aquella Caracas. Cuando se hablaba de Caracas como la ciudad con el tercer edificio más alto de Venezuela y la ciudad con el octavo edificio más alto de Latinoamérica.

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Después vino la crisis financiera y se nos pasó. Aquella torre quedó inconclusa en 1994, a un año de la muerte de Brillenbourg y cuando Confinanzas quiebra, como lo hicieron numerosas entidades financieras luego de aquella histórica crisis de insolvencia de la banca. Lo que vino luego lo conocemos. La torre quedó en poder de Fogade. Fogade la subastó internacionalmente, incluso; no se concretó nunca ninguna oferta y ahí se quedó.

El edificio que serviría para modernizar la zona y revalorizar la urbanización circundante se convirtió en una calamidad que se desvencijó al descuido y que luego fue invadida a partir del 2007 por mas de 2.500 personas, unos «ocupas» que tomaron la construcción bajo una cooperativa habitacional que se conocía como Caciques de Venezuela.

Luego de varias desgracias, insólitas algunas de ellas, y de incluso llegar a salir como protagonista en la exitosa serie estadounidense Homeland, la torre fue parcialmente desocupada porque todavía hay vecinos que reportan ver habitantes en la parte más baja de la torre que quedó allí. Impertérrita. Inservible pero eterna. Como la desidia, que nunca muere hasta que ella misma acaba con su vida.

Una edificación suicida, porque ni ella misma se consigue sentido, recíproca solo al temblor de este martes, cuando decidió al fin dar una respuesta.

Viene su caída. Ese es clarito el mensaje de la Torre de David.

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